Suena la alarma



SUENA LA ALARMA

Suena la alarma. Que no es lo
mismo que decir que sueña.
Que no es lo mismo que decir que
hay un sol detrás de cada duda.
Un televisor furioso escupe su
nefasto contenido. Quizá en Pekín
un escribano se pregunte en
éste impreciso momento que
habrá sido de un amigo que
lleva veintidós años sin ver.

Suena la alarma que despierta
al mundo que dormita detrás
de un agobio. Mientras, en secreto
se crea en algún país de Europa
un nuevo programa de espionaje.
Y una lista negra empalidece.
Un corazón sonámbulo se sonroja, y
pide clemencia en mitad de un olvido.
Ningún eco deletrea lo que no se dice.
Tampoco hay oído que lo escuche.

Suena la alarma. Residuos de
existencia descorren las cortinas
de otro día irónicamente igual
a ayer. Las chimeneas, más
que humo, arrojan al cielo
una cuota diaria de fatuidad.
En una región sin nombre, un
par de mineros informales sin
contrato ni vida de repuesto inhalan
gases tóxicos sin enterarse.

Suena la alarma. Y tiembla la
voluntad de hierro de un general
plagado de condecoraciones.
Un escritor frustrado ve como
otra nueva editorial aplaza
su única meta. Pasos fatigosos
escriben historias que no
fueron hechas para salir a la luz.
Tras las puertas cerradas, pronuncia
el futuro su incómodo silencio.

Suena la alarma, y se hunden
las calles de tanto soportar
nombres y epidemias. Hay
una profesión por cada olvido,
y una subterránea melodía
alumbrando recuerdos que aún no
han nacido. Curiosa simetría,
parece unirnos como especie
una cierta pesadumbre
general cuando duele casi todo.

Suena la alarma, y la prisa araña
la espalda de quien escapa
dejando sus huellas en el barro.
Se encienden las luces en los
bancos y se apagan las del
tiempo de ocio de sus empleados.
Es invierno y un eclipse de silencios
divide a dos bocas olvidadas.
Nadie quita la tristeza a las
aguas que no vuelven a la orilla.

Suena la alarma, y el horizonte
de la desesperanza envejece
entre lágrimas que no saben
caminar. Crece la mentira,
o la voluntad de mentir, que
a largo plazo es más nocivo.
En una habitación con aire
acondicionado y tubos fluorescentes,
luchan a muerte el aburrimiento
y el vacío existencial.

Suena la alarma, y un ayudante
de albañil camina sobre un
andamio, con la asombrosa
seguridad que parece, se adquiere
a treinta metros del piso.
Un pájaro parado sobre un cable
está a punto de hacerle un regalo a
un hombre con ropa y porte de
empresario, que se rasca repetidamente
la nariz mientras habla por celular.

Suena la alarma, y un médico
de rostro demacrado golpea puertas
ofreciendo a buen precio una
porción de escarcha e incienso.
Un compositor con manos de
plomo y un milenio de insomnio
roba el alma a su vecino para
componer la más bella
melodía que puede carraspear
una tos repleta de tinieblas.

Libro: Apotegmas en el desierto (2014)

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