Suena la alarma



SUENA LA ALARMA

Suena la alarma. Que no es lo
mismo que decir que sueña.
Que no es lo mismo que decir que
hay un sol detrás de cada duda.
Un televisor furioso escupe su
nefasto contenido. Quizá en Pekín
un escribano se pregunte en
éste impreciso momento que
habrá sido de un amigo que
lleva veintidós años sin ver.

Suena la alarma que despierta
al mundo que dormita detrás
de un agobio. Mientras, en secreto
se crea en algún país de Europa
un nuevo programa de espionaje.
Y una lista negra empalidece.
Un corazón sonámbulo se sonroja, y
pide clemencia en mitad de un olvido.
Ningún eco deletrea lo que no se dice.
Tampoco hay oído que lo escuche.

Suena la alarma. Residuos de
existencia descorren las cortinas
de otro día irónicamente igual
a ayer. Las chimeneas, más
que humo, arrojan al cielo
una cuota diaria de fatuidad.
En una región sin nombre, un
par de mineros informales sin
contrato ni vida de repuesto inhalan
gases tóxicos sin enterarse.

Suena la alarma. Y tiembla la
voluntad de hierro de un general
plagado de condecoraciones.
Un escritor frustrado ve como
otra nueva editorial aplaza
su única meta. Pasos fatigosos
escriben historias que no
fueron hechas para salir a la luz.
Tras las puertas cerradas, pronuncia
el futuro su incómodo silencio.

Suena la alarma, y se hunden
las calles de tanto soportar
nombres y epidemias. Hay
una profesión por cada olvido,
y una subterránea melodía
alumbrando recuerdos que aún no
han nacido. Curiosa simetría,
parece unirnos como especie
una cierta pesadumbre
general cuando duele casi todo.

Suena la alarma, y la prisa araña
la espalda de quien escapa
dejando sus huellas en el barro.
Se encienden las luces en los
bancos y se apagan las del
tiempo de ocio de sus empleados.
Es invierno y un eclipse de silencios
divide a dos bocas olvidadas.
Nadie quita la tristeza a las
aguas que no vuelven a la orilla.

Suena la alarma, y el horizonte
de la desesperanza envejece
entre lágrimas que no saben
caminar. Crece la mentira,
o la voluntad de mentir, que
a largo plazo es más nocivo.
En una habitación con aire
acondicionado y tubos fluorescentes,
luchan a muerte el aburrimiento
y el vacío existencial.

Suena la alarma, y un ayudante
de albañil camina sobre un
andamio, con la asombrosa
seguridad que parece, se adquiere
a treinta metros del piso.
Un pájaro parado sobre un cable
está a punto de hacerle un regalo a
un hombre con ropa y porte de
empresario, que se rasca repetidamente
la nariz mientras habla por celular.

Suena la alarma, y un médico
de rostro demacrado golpea puertas
ofreciendo a buen precio una
porción de escarcha e incienso.
Un compositor con manos de
plomo y un milenio de insomnio
roba el alma a su vecino para
componer la más bella
melodía que puede carraspear
una tos repleta de tinieblas.

Libro: Apotegmas en el desierto (2014)

Afuera es jueves



AFUERA ES JUEVES

Libro: Apotegmas en el desierto (2014)

Afuera es jueves, y una voz anónima
completa la tercera decena
de los misteriosos luminosos.

Afuera es una gota de saliva
del cielo, el caos parsimonioso
de la vida consagrada al incordio.

Adentro es cualquier otro día con sabor
a tedio, vergüenza, escepticismo,
a universo de semblantes manchados.

Adentro es contar las sílabas, arrojar
otro soneto a la basura, previo
rictus de mandíbula descalza.

Afuera la certeza termina de
expulsar la última lágrima de la tarde,
con su estado de ánimo en suspenso.

Afuera, un timón hecho de arena
encalla un corazón decomisado en
un muelle de resacas perseverantes.

Adentro, sintaxis del silencio,
heredad abrupta de lo inútil,
primavera de huesos doloridos.

Adentro un par de manos tristes
arrojan un expediente contra
el fuego de la chimenea.

Afuera, la nostalgia se derrumba
imparcial, herética, minuciosa,
monótona pero nunca intransigente.

Afuera un café tibio se derrama
sobre un manuscrito plagado
de errores de ortografía.

Adentro, un eco con reloj atrasado
se pregunta a que hora se siembra el
azar en los días con desaliento.

Adentro, tos y tiempo son circulares,
se repiten, se deshacen, resucitan;
sin flores ni frutos, todo es atardecer.

Afuera el agua aprende a callar ausencias,
en un mediodía de llaves invisibles
y aspecto borrosamente circunspecto.

Afuera es una hoguera de proposiciones
apodícticas que no cumplen su
cometido de desterrar el frío.

Adentro, ocho de cada diez uñas
tienen espinas debajo, y una
historia enredada que no se deja llorar.

Adentro, las horas se suceden como
dinastías malditas; florece inefable
la pena hincando su mirada en lo incierto.

Afuera es una sombra pequeña y aislada ,
pretendiendo atenazar lo inabarcable de
un firmamento de oscuras transparencias.

Afuera, tarde de adultos sin adultos,
de poemarios con ceguera, de ciudades
oscilando entre el cinismo y la orfandad.

Adentro, letras de humo alternan
entre el abrazo y la vergüenza,
maniatando con tinta una metáfora.

Adentro una piel absurdamente
joven contiene un corazón que
se retuerce coloreando su tristeza.

Mariano

Contradicción, promesa y ruina


CONTRADICCIÓN, PROMESA Y RUINA

Un día llegó a mi vida
impulsada por alguna
clase de designio que
nunca llegué a comprender...

Me habló de caminos negros,
Iluminados solamente por relámpagos,
de un jardín donde florecieron espejos
invisibles para reflejar suspiros.
Me dijo que la risa del alma arruga
el aire, que las suelas del destino
calzan un cámpago gastado, que el
amor paga a veces con monedas
falsas, que el dolor es el reverso
de lo hallado cuando se asume lo perdido.

Formuló absurdas teorías sobre
el cansancio del sol, de lo
trágico de transitar por la vida sin
cultivar un poco el desasosiego.
La archivé en mi memoria
recitando salmos con voz pagana,
trazando paralelismos entre el llanto
y los juguetes de la infancia;
supo filosofar como ninguna
y hacer dieta como cualquiera.

La recuerdo como si fuera ayer
(quizá realmente ocurrió ayer)
vertiendo conceptos ontológicos
mientras preparaba la cena.
Supe a su lado que siempre habrá
un viento soplándonos en
contra, y la mayor preocupación
no es precisamente despeinarse.
La recuerdo como si fuera mañana
reflejando su neurosis en un cuadro.

Evoco, aunque a desgano, aquella
ocasión en que, de la nada,
me preguntó cuantas veces yo
había amado sin esperanza.
Como no supe darle una respuesta
apropiada, me contó que
una vez quiso vivir todas las
vidas posibles al mismo tiempo
y en aquel momento ni
siquiera pudo padecer una sola.

Afirmó al pasar, cierto día
que agregaba teoremas a la
licuadora, que si cumplía sin
saber algún plan, era más
probable que fuera diabólico
que divino. Yo la escuchaba
absorto vociferar acerca del
movimiento telúrico de la
inocencia perdida y de pájaros
huérfanos de cielo para emigrar.

Conversábamos como intentando
formar un cadáver exquisito de forma
oral, continuando la frase del
otro con resultado dispar.
Con el tiempo se fue volviendo
medianamente predecible: A una
risa burlona siempre le seguía
el énfasis de una queja.
Fuimos cómplices de una voluntad
acorralada por las circunstancias.

Y todo transcurría, por así
decirlo, entre pensamientos
condenados a la pena de
muerte y silencios ermitaños;
y el mensaje cifrado que se oculta
dentro de una piel en llamas.
Y sin estar en nuestros planes
nos enseñó la costumbre que el
andar del caracol es comparable
al tiempo que sabemos utilizar.

"Existen angustias tan grandes que
a veces los ojos lloran nieve",
escribió cierta vez en el espejo y
no pude evitar darle la razón.
Noté en sus palabras,
aunque esporádicamente, una
vergüenza tácita, como si sus
conversaciones representaran
para ella la confesión pública
de un acto de sedición.

Supe por su vagabundo modo
de discrepar conmigo que todo
se resume en tres palabras:
Contradicción, promesa y ruina.
Y aprendí que de una sucesión de
residuos también puede nacer
un mundo de colores, donde
encontrar el mapa del tesoro oculto
en una sílaba perdida. Lástima
que todo nazca ya cronometrado.

Alguna vez sollozó con su rostro
sobre mis rodillas, sus miedos
con extraordinaria incoherencia.
Afuera había dejado de llover,
más no recuerdo que en algún
momento hubiera comenzado.
Ocasionalmente parecía como
si su conciencia se apartara de su
cuerpo, y la observara como una
extraña, casi con dolorosa ternura.

Un día se fue de mi vida
impulsada por alguna
clase de designio que
nunca llegué a comprender...
En el momento exacto
en que se alejaba llorando,
llegaban sonriendo a
mi vida todos los fantasmas.

En la infinita mentira de su parpadeo,
los relojes buscaron hacerme
creer que el tiempo pasa igual
para todos. Argumento falaz.
Aún sigo subrayando en los libros
frases que me llaman la atención,
con el sacrílego rictus (aunque sin
la belleza) con que ella lo hacía.

Y pese a tanto detalle derramado,
quizá no logre explicar
con palabras la honda huella
que su ausencia me dejó.
(El tiempo enseña, hilvanando la
delgada línea entre la ironía y la
paradoja, que las heridas del alma
no se lavan con agua oxigenada).

Me dejó su angustia indescifrable.
Todos los días la plancho.

Mariano

Méritos y retribuciones


MÉRITOS Y RETRIBUCIONES

En el momento en que me besaste
con labios suplentes empezaron
a crecer mentiras en mi boca.

Monarcas de un reino de minutos
fantasmas, decirnos "te quiero" es
como recitar versos en sánscrito.

Errantes y mareados, semejantes
a dos sílabas que nunca
supe pronunciar correctamente.

Resbalan desolación e
incertidumbre por la columna
vertebral de un nuevo día.

Usufructuando el tiempo
compartido, falta una sota en
el mazo de nuestro futuro.

El tribunal de lo perdido
ha dictado con letra muerta
sentencia en nuestra contra.

En otras circunstancias, quizá
podría ponerle nombre
a este hastío consensuado.

Quedará entre nosotros una
acumulación de barrotes
innecesarios y un mezquino
comercio de méritos y retribuciones.

Con la irrecuperable timidez de
los amores primitivos, supimos
sentir escalofríos al unísono.

Los siempre filosos bordes de la
desesperación son nuestro epítome
entre el pasado y el presente.

Sabremos tramitar formalmente el
olvido, tan cierto como que el alma
es una puerta que se cierra por dentro.

La mueca de tu ironía vestida
de sonrisa parece quedar
flotando retadora en el aire.

Soy tuyo en el amor y en
el odio, ¿Qué más podemos
pedirle a esta ironía?

El último poema que te escribí
es apenas un trozo de oscuridad
tropezando entre murmullos.

Hace un tiempo que entro y salgo
de tu vida como un extraño
gritando "¿Quién soy?"

Esta mutua ansiedad por liberarnos
del otro, ¿No es acaso también
una admisión de la derrota?

Quedará entre nosotros una
historia ávida por ser redactada
y cuatro pupilas que habiendo
visto tanto olvidaron su inocencia.

Mariano

Incluído en el libro Apotegmas en el desierto

Rezar o maldecir


Incongruencia. Palabras pesadas. Acaso gastadas.
Hay un miedo que juega a entenderse con la congoja.
Enero guarda en sus alas de murciélago dudas de diciembre.
Camino perplejo, diría que hasta inconcluso de mí mismo.
Ante la imposibilidad de describir la belleza, elijo farfullar.
Percibo en el ambiente la aspereza de una herida inabarcable.

Las palabras, ¿Son el remedio o la enfermedad?
¿O no está tan clara entre ambas la línea divisoria?
Directores del sufrimiento ajeno nos susurran qué decir,
y el modo correcto de no vivir mirando para otro lado.
Existe un Judas personal por cada traicionado,
y un vip de arenas movedizas para bailar descalzos.

Alternando amenazas y plañidos, la vida nos observa
de reojo mientras se ahoga en el fondo de un estanque.
Somos conscientes de ser suelo. Pero muchos
habrán de tropezar cuando intenten pisarnos.
Solamente acreditamos como pertenencia
la lágrima espontánea que elegimos regalar.

El progreso es un oxímoron que abriga un ataque bien
dirigido a la doctrina de la antigua cultura del esfuerzo.
Millones en régimen de aislamiento autoinducido,
hidropesía de pies cansados de caminar sin alpargatas.
Ningún hagiógrafo narra la historia de la no salvación
del niño que agoniza en un tugurio de Uganda.

Vislumbro un porvenir mal redactado, y pienso en el
errático andar de un mundo donde tantos adolescentes
se suicidan para llamar la atención de su familia.
Mientras, la recolección de infortunios nos encuentra
humanamente dichosos de beber veneno de etiqueta
en copas limpias, puliendo el recíproco jugar a destruirnos.

¿Quién es más peligroso, el perro o el amo?
El primero nos recibe con ladridos, el segundo
solo piensa en morder.

Cuando las decisiones dependen de unos pocos,
a los muchos restantes solamente les queda
rezar o maldecir.

Mariano

Libro: Apotegmas en el desierto (2014)

Silencios nublados


Libro: Apotegmas en el desierto (2014)

La ciudad en la que pienso existe
en un poema que aun no escribí.
Ese poema aun no nace porque
me detuve a levantar una moneda.
Cada moneda que cae equivale
a una golondrina sin dirección.
Relativamente cerca de ese vuelo sin rumbo,
un rayo parte al medio una sandía.
Esa sandía estaba destinada a
alimentar una boca con solo cinco dientes.
Esos pocos dientes son verdades
semidormidas a la vera de un destino.
El destino es el bullicio que se escucha
para justificar óxido en las cerraduras.

La ciudad en la que pienso existe en
un poema de un autor que no conozco.
Como no lo conozco, no he leído al
autor de ese poema ni pienso hacerlo.
Lo que sí planeo es bailar un vals en un
cajero automático a las tres de la mañana.
Y a las tres y siete me sentaré a mirar la lluvia
de mentiras que anunció el meteorólogo.
Aquel mismo meteorólogo predijo que en
Navidad nevaría en nuestros corazones.
Como si nuestros corazones pudieran darse
el lujo de guardar tristeza para después.
El después es un hipódromo de caballos
cansados de correr contra el viento.

La ciudad en la que pienso existe en un
poema escrito con más lágrimas que tinta.
Y esas lágrimas son heridas que pagan
al contado y golpean en las costillas.
Pero me refiero a costillas prestadas en
cuerpos ajenos viviendo vidas sin orgullo.
La doctrina del orgullo es un búcaro de
lujo para un ramo de flores muertas.
Y así como las flores se cansan de vivir,
diríase que incluso hasta las calles se fatigan.
La lasitud de esas arterias se asemeja a un
mar que da la espalda al incendio del mundo.
Tanto fuego en el planeta reúne almas infelices
sin que esa infelicidad deje algo de ganancia.

La ciudad en la que pienso existe en un
poema arrojado a un campo de batalla.
Hoy batallar es parpadear con optimismo
abriéndose paso a los codazos por la vida.
La vida es un restaurante con un menú
inaccesible para los aferrados al rechazo.
El rechazo es una inoportuna forma
de agonía que no conoce de retórica.
La retórica es una bombilla de bajo consumo
que no alumbra el insulto en letra chica.
La letra chica nada decía de un invierno
repleto de canas y pijamas sonámbulos.
Sonámbula es la piedad violenta que
completa un inventario de caricias adulteradas.

La ciudad en la que pienso existe en un
poema escrito la semana que viene.
Es la misma semana en que va a producirse
un maremoto de silencios nublados.
Esos silencios me recuerdan a aquellos que
defienden sus rencores solo porque son suyos.
Como suyo fue y será el amanecer y
su completo catálogo de inhibiciones.
Inhibirse consiste en acumular recuerdos
a los que es necesario acercarse de puntillas.
Caminar de puntillas por la vida deja
huellas imborrables en autopistas de cenizas.
Cenizas que marchitan flores en ambigramas
que cobran vida con luz de lunas de terciopelo.

Irónicamente, tras consultar el reloj,
he olvidado la ciudad en la que pensaba.

Mariano

Pregón


PREGÓN

Arrimaos sin miedo, lectores de un lenguaje inabarcable,
mercaderes de la risa y las convulsiones,
sacerdotes con sotanas alquiladas.

Veréis como escribo con caligrafía mediocre en
los márgenes de un libro ajado acerca de la
buena salud de todo aquello que muere.

Sed testigos de la credulidad sin restricciones.
Deteneos en el pequeño detalle de la
garganta que emite un eco clandestino.

No seáis timoratos, que al desamor
y a la incertidumbre lo cenen
una jauría de perros callejeros.

Acercaos, políticos que jamás ganaron elecciones,
artistas de vidas desoladas, poetas recién resucitados.

Sentid en vuestras entrañas como
laten las palabras en mi boca.

Acercaos; heridos, agobiados y pusilánimes,
rendid honores a la solución a un infinito de acertijos.

También me oiréis hablar de mí mismo, y de mis
intimidades (o de atrocidades, si lo requiere la ocasión).

Observadme jugar con el fuego de las palabras desde
el improvisado atril de una pila de periódicos amarillentos.

Acercaos, ladrones, infieles, ebrios izando
un bandera ajada por la necedad...
Acercaos, generales derrotados, santos
sin altar, cantautores insurrectos...

Traigo en mi voz un puñado de versos
alegóricos a los esplendorosos desastres.

Prometo que cada átomo mío será vuestro también.
Deambulen por mi alma, mi risa y mis antojos.
Admirad la libertad en sus más irónicas proporciones.

...Sin importar el linaje, la
profesión, la creencia religiosa...

...Acercaos todos, marineros, abogados,
convictos de la fatiga diaria...

...Venid sin temor, mecánicos, artistas,
nómades con pieles llenas de heridas...

Pregonaré sobre el tiempo, el cosmos, la llanura.
Contemplad la firmeza de mis pasos decadentes.

Prometo hablar del desequilibrio, las
contingencias y las flaquezas de los limoneros.

Os hablaré del tedio del domingo y
de la prisa de los viernes,
Y os enseñaré a palparse el bolsillo derecho
del pantalón con la oreja izquierda.

Acercaos, heraldos, bohemios y rameras,
y resultarán un inevitable soliloquio
las constelaciones de amargura.

Acompañadme sin desconfianza, que el vuelo
de las aves nos indicará para que lado
correr cuando todo comience a derrumbarse...

Mariano

El esplendor de lo imposible


EL ESPLENDOR DE LO IMPOSIBLE

El poeta madrugó, desclavó
palabras de la cruz de sus pesares,
e intentó llenar un manojo de vacíos.
Creyó impropia hasta su respiración,
y bailó silencio con silencio con
la luz titilante de sus emociones.

Cobijó verbos enfurecidos y un
firmamento de cigarrillos consumidos
con desdén, quemó futuros recuerdos;
escribió, para no perder la
costumbre, poesía descartable
sobre renglones asmáticos.

Se observó, un cuerpo viejo con
una simetría parecida al olvido,
brilló en sus ojos un pensamiento
a medio madurar, destinado a perecer,
y dentro del cotidiano etcétera, eligió
mirar su propia vida con prismáticos.

Tropezó consigo mismo, se confundió
con otro, salió a la calle. Cuando regresó
a su casa, notó que había dejado su soledad
entre las góndolas del supermercado.
Tuvo que volver a buscarla.

Se siente desde hace tiempo
como un Rey Midas mal configurado,
que convierte en tragedia lo rozado.
Mira la fila india de botellas.
Se sabe el dueño de su propia muerte.

Cuando bebe es su propio infierno
el que siente en la garganta.
Teme respirar, como si las respuestas
a todas sus preguntas fueran
a evaporarse al exhalar el aire.

Sonríe poco, por el bruxismo
que comenzó a desarrollar
durante la adolescencia.
Pero ninguna cuestión estética
le niega el poder terapéutico del llanto.

Son olas de aguas turbias las que
empiezan a caer de sus ojos.
Con el tiempo fue aprendiendo
a llorar peldaño a peldaño.
Cuando su dolor levanta vuelo, imagina
erróneamente que hay belleza entre sus alas.

Promediando algún parpadeo, mira
hacia atrás y añora a aquel niño
que soñaba con beber agua
de la luna. Casi cuatro lustros lo
separan de su infancia, y asume
que es inútil correr para alcanzarla.

Racimo de recuerdos prestados,
(la memoria del poeta se llena
con el pasado de otros),
prefiere a diario vivir en el
esplendor de lo imposible.

En el piso del baño, una
tableta de aspirinas convive con
un frasco vacío de crema de afeitar,
y un libro de Herta Müller.
El más incómodo de los silencios es
el que pronuncian las batallas perdidas.

Baraja la idea de ir al bar de siempre,
y escuchar otra vez las deslucidas historias
de los mismos rostros febriles,
que visten de épica relatos absurdos.
Hombres como él, solitarios y desesperados.

Lo expulsaron del Edén por
degollar una orquídea.
Hoy transita un camino de baches
profundos y resacas que no saben mentir.
Levanta la tapa del inodoro y vomita el
cansancio de una existencia que lo aplasta.

Su cabeza parece a punto
de estallar, como si un ejército
de tigres rugieran al unísono.
Al oscuro hábito del alcoholismo no
lo descifra ni siquiera quien lo padece.

Cada lugar donde se reconoce
es como un espejo para él.
Siente como si caminara en el
borde de una telaraña, esperando
encontrar un hueco para saltar.

De su padre solo heredó un
bostezo, de su madre, el mal carácter.
Llegó tarde a episodios de su propia
existencia, y lo que queda de aquel que
supo ser se ahoga en aguas anóxicas.

Cada vez que logra salir del pozo,
parece buscar la forma de cavarse otro.
Pero es su pozo. Lleva años cavándolo.
Toda herida interior sale a
la superficie de alguna manera.

Enciende otro cigarrillo, mientras cae
en la cuenta que los últimos meses
son un hueco profundo en su vida.
Sus pesadillas son menos angustiantes
que su realidad cotidiana.

Agitó lo que sentía, como si
de una esfera de nieve se tratara,
buscando mirar las cosas desde otra
perspectiva. Todos los elementos que
daban vida a su pesimismo siguieron
apareciendo en el mismo lugar.

Hace tiempo que dejó su fe olvidada
en el fondo del bolsillo de un abrigo.
Su mundo es una pelota de
fútbol que nunca supo patear.
Es inmensa la escalera de la vida
cuando se la sube a trompicones.

Sabe más de lo aconsejable de
resacas corporales y metafísicas.
Un sinnúmero de decisiones culposas
giran delante de sus mejillas sonrosadas.
Acostarse a descansar junto al fuego de la melancolía
no es la mejor forma de pasar el invierno.

Huye del fuego con la certeza de quien lo
ha perdido casi todo, pero el incendio es interior.
El gorrión que habita en su cabeza
nunca supo aconsejarlo correctamente;
y su risa encarcelada siempre
hizo de la pérdida catástrofe.

Muchas son las noches en las que al
apoyar la cabeza en la almohada,
anhela despertar siendo otra persona.
A la mañana siguiente comprueba desilusionado
que no solamente él, sino, lo que es peor,
su equipaje kamikaze, siguen siendo los mismos.

Ocasionalmente, el niño que fue se
apodera de su garganta y vuelve a
gritar como antaño que es feliz.
Normalmente, el adulto de hoy utiliza la
misma garganta para ingerir de un
trago todo un vaso de tequila.

.....

Solo una araña, inadvertida en un rincón,
fue sin saberlo, testigo del momento
en que el poeta decidió contemplarse
de cerca y enfrentar de una vez
y para siempre su maldita adicción.

Mariano

Mandamientos para nuevos poetas


MANDAMIENTOS PARA NUEVOS POETAS

Tener a mano un buen diccionario de sinónimos,
que transforme la palabra hambre - un pequeño
detalle que solo afecta a millones en el mundo -
en avidez; expresión que tal vez derive en ambición,
actitud humana y natural que nos hará olvidar el
reclamo original de que tantos no tengan qué comer.

Es recomendable que un estruendoso silencio
tape, con la menor cantidad de grietas posibles,
ese lenguaje torpe y obsceno de quien denuncia
en un contexto general las carencias de infinitos
rostros anónimos que no tienen la fuerza para
gritarle al poder de turno "esto es todo menos vida".

Y habrá que proclamar con aire soñador y satisfecho
la hermosura del mundo que habitamos, remarcando
en dicho discurso las virtudes de poseer zapatos
sin agujeros, corbatas de colores variados (nunca
es bueno repetir), vidrios polarizados, una sordera
de ocasión, una ceguera perpetua y bien lustrada.

Eliminaremos entonces otras palabras innecesarias en la
poesía contemporánea, como las siguientes:

Hambre
Esclavitud
Capitalismo (no rimar con salvajismo)
Trata de personas
Infancia en peligro

Sería un recurso sumamente productivo comenzar
de aquí en más a adornar nuestra escritura con
términos menos indecorosos, a saber:

Arco iris
Amor (repetido la mayor cantidad posible de veces)
Felicidad
Estrella
Mejilla

Dejar en claro que es más conveniente la
metáfora "la ciudad es un enorme crucigrama
sin resolver", que recordar por enésima
vez que los distintos siguen estando en penitencia.

Y todo ese conjunto de expresiones positivas
taparán con barro a ese inútil compromiso social de
otros tiempos, porque total...Ignorado el vocablo falaz,
muere el problema, ¿No es así?

Mariano

Los beneficios del privilegio de la esclavitud


LOS BENEFICIOS DEL PRIVILEGIO DE LA ESCLAVITUD

Viaja la victimización a lomos de la desidia; "los viejos
están viviendo demasiado", declara sin tapujos un ministro japonés.
Quien no produce no existe, ya puede dejarse de estorbar.
Nadie inició el incendio... Y sin embargo se propaga...
Tiempo de hipnosis, del vale todo según el precio, elevamos
costosas plegarias a la cada vez más exigente religión del consumismo.

Hace tiempo no florecen risas espontáneas, ni se cuestiona
la domesticación vigente... A lo mejor por falta de tiempo...
Se construyen carreteras, rutas, autovías, y seguimos sin saber a donde ir.
Otros son los que deciden el cómo, el por qué y el cuándo de nuestros pasos.
Los mismos que no explican los beneficios del privilegio de la esclavitud.
¿Alguien recuerda el camino de vuelta al paraíso que supimos destruir?

La acción humana, falible y sujeta a intereses corona la ideología de la
imprevisibilidad; una masa confundida y precaria apenas si puede contener
la hemorragia de este Babel de injusticia que gira alrededor del sol.
Se agolpan las cifras donde antes había personas, al tiempo que otra
víctima yace tendida en el asfalto, espejo de lo que preferimos no mirar,
embelesados por la oratoria de los lobos que pastorean los rebaños.

Dentro de los residuos de los días que transcurren se trabaja para
cumplir los deseos de los demás en desmedro de los nuestros, y se confunde
libertad con permiso para circular por las calles con la frente marchita.
Arriesgarse a fomentar lo que es digno no es lo mismo que hacer
lo estrictamente necesario para continuar sobreviviendo un día más.
Aquel que se cree ajeno o inmune solo ignora la bofetada por venir.

Cada vez somos más ciencia ficción y derroteros sin sentido,
pero que nadie crea que es fácil ser conscientes de estar
contemplando tremendo desastre. Nos han extirpado
hasta las uñas con las que nos aferrábamos al desierto,
pero llegará el momento de reclamar como nuestro el
día de mañana (asumido que el hoy ya no nos pertenece).

Economistas de garaje profetizan con el diario de
anteayer que el ultraje de este tiempo nos está robando
hasta los pájaros que hacían menos triste el cielo.
Y al tiempo en que el odio continúa destrozando las voces
que se alzan en pos del sentido común, propongo
huir de todo aquello que tenga un valor económico.

La lógica aplastante de los hechos parece no escuchar a los
expertos que dicen "todo va bien". Si usted ha nacido en la
indigencia, tiene derecho a permanecer en silencio, y
sonreír mientras lo pisan. Quizá cambie la raza del perro del
cazador, pero la presa siempre es la misma. La guerra
actual tiene como campo de batalla el corazón humano.

Malos tiempos para considerarse persona desde
que se mira más el bolsillo que a las estrellas.

Mariano

Heridos


HERIDOS

Porque la caricia de la vida es puñalada,
porque desayunamos aire pútrido, 
porque adquirimos terrazas para contemplar
cielos de desolación.

Porque la gente juega a acariciarse con
las garras afiladas y una cínica sonrisa,
porque somos claustrofóbicos errantes
desterrados en la ciudad.

Heridos y solos,
heridos y muertos,
heridos por herencia,
heridos por obstinación,
heridos con manos de arcilla.

Porque nacimos justo en medio del temporal,
y somos animales salvajes vestidos de etiqueta,
hipotecando el presente, para una posteridad
de dientes apretados.

Porque en la fragilidad del aire se oye el
bisbiseo de profetas de doctrinas encapuchadas,
porque arrojamos pedradas al cristal 
de la melancolía.

Heridos y condenados,
heridos y suicidas,
heridos y asfixiados,
heridos y soberbios,
heridos con dedos lluviosos.

Porque todos los días nos expulsan
del paraíso, con sangre, barro y 
recuerdos en las rodillas;
cifras sueltas aprendiendo a caminar.

Porque hay varios millones de brazos
que parecieran sobrarle al sistema productivo,
temblando por la liturgia del exterminio
y su programada mezquindad.

Heridos y sin maquillar,
heridos luminosos,
heridos y pretenciosos,
heridos y prescindibles,
heridos con sonrisas mortecinas.

Porque las cañerías del pasado se 
estremecen oyendo al futuro perforar el aire.
Porque la esclavitud y la complacencia nos
sirven como postre un trozo de hormigón.

Porque el estiércol baila en calles
de salvajes melodías, donde solo
quedan extraños que no se saben mirar,
ni saludarse, ni llamarse por su nombre.

Heridos y enjaulados,
heridos pero satisfechos,
heridos y temblando,
heridos y delatores,
heridos teorizando con nerviosismo.

Porque el rostro de la miseria 
preanuncia la espalda del desastre.
Porque la estadística nos ha dejado
desprovistos de nombres propios.

Porque nadie se ha molestado en aclararnos
quien es nuestro oponente, implacable adversario
que con programas económicos patea cada
vez más lejos el rastro de nuestra dignidad.

Heridos y tumultuosos,
heridos y sin voz,
heridos y vulnerables,
heridos e intimidados,
heridos con el lenguaje mutilado.

Mariano

El idioma del olvido


EL IDIOMA DEL OLVIDO

Ha muerto un niño en África... No 
recuerdo si fue en Marruecos o en Lesoto...

Nada supo de nutrientes, minerales, 
vitaminas, y nadie supo que era el 
hambre la razón de un llanto ahora estéril...

El pan que no probará su boca fue
seguramente digerido por un
estómago que no lo necesitaba...

Mientras tanto, los bien alimentados habitantes del planeta,
hablan de una adolescente británica que quedó atrapada 
en una alcantarilla para rescatar su iPhone recién comprado.

Pero este niño que ha muerto en África nada sabrá de 
tecnología, mapas y lucha entre hermanos; ni los siglos
póstumos ni las enciclopedias le pondrán nombre a una  
sombra que surgió sin papeles, y partió sin enterarse 
si aquello del amor al prójimo todavía está de moda. 

Este niño no sabrá decir futuro o zanahoria, ni sabrá que
llegó al mundo destinado a morir desde antes de nacer.
(Solo podría dar testimonio del frío como un dardo en cada músculo).

Mientras tanto, En Dallas se inaugura una muestra de arte 
con cuadros pintados por George Bush, mostrando su 
"lado humano", y lo que puede hacer alguien con tiempo y dinero de sobra.

Pero este niño que ha muerto sin saber que estaba vivo nunca
conocerá el susurro de las voces que caminan por una galería de arte.

Su madre, que ha perdido otros tres hijos, comprende que 
ya nada queda, más que un hundimiento en aguas turbias.
Sueños arruinados esperaban tras una puerta que nadie abrió.

En África solo se habla el idioma del olvido, 
mientras los gobiernos continúan su rutina de mirar 
para otro lado. Si este niño (y otros en su misma 
situación) poseen derechos, se están asfixiando.

Y en otro rincón del mundo, en el preciso 
momento en que un corazón pequeño se detiene, 
unos pocos se reparten, entre solemnidad y banquetes, 
una parte del planeta que quedaba por dividir.

La sobremesa para el rico; la basura para el 
pobre, siempre y cuando sea sumiso y no
reclame una reducción gradual del deshonor.

De aquel Mesías que multiplicaba panes
hemos pasado a elegidos que los roban...

Cuando el ser humano se despoja de valores 
surge en su interior la voz de la indiferencia.

La separación del alma de un cuerpo desnutrido 
de piel oscura se pierde tras el humo del
suceso del último hat trick de Cristiano Ronaldo.

Un número ha muerto en África; y su cuerpo horas 
después, sigue siendo aun menos frío que la estadística 
que habrá de incluirlo en el informe anual de los olvidados.

En África la vida deambula tristemente 
sola dentro de un descascarado laberinto...

En cambio, su reverso, la muerte, 
siempre encuentra compañía...

Mariano

Sin mi pena en tu alegría


SIN MI PENA EN TU ALEGRÍA

Los días sin tu nombre en mi apellido no son días,
son axiomas del barroco apocalipsis de mi hombría,
son espejos de colores 
reflejando mis temores
y un lunar bélico en la trinchera de mi cobardía.

Los días sin tu noche en mi mañana son una vaga resignación,
una cerradura oxidada, un cuchillo con alas e imaginación,
un enjambre de fatigas,
despedidas que castigan,
un soneto con colmillos y antiguas virtudes sufriendo hipertensión.

Los días sin mi pena en tu alegría son inadmisibles reggaetones,
es la palabra reseca y repetida para hartazgo de los renglones,
sin tu nombre en mi cuaderno,
ida y vuelta hasta el infierno
viajo en el tren de mi calvario con mi amor pigmeo y sin cojones.

Los días sin tu corpiño en nuestro armario son estrofas taciturnas,
almohadas sonámbulas que respiran más transparentes que nocturnas,
mi tempestad daltónica
y mi pesadumbre crónica
se columpian en el trapecio de mis dolores sobre olas de muerte diurna.

Los días sin mis manos en tus piernas están malditos,
son palomas defecando mis jazmines muertos sin apetito
de tu agua y tus sonrisas;
y yo gateando en la cornisa
del deseo irrefrenable de que el hoy no sea solo este ratito.

Mariano

Al final, la vida sigue igual


AL FINAL, LA VIDA SIGUE IGUAL

En algún lugar de la tierra está lloviendo oro.
No se en donde pero hay algo seguro...
No es en un barrio humilde.
Hay una tristeza infinita en la garganta del futuro.
Lo se porque también he llorado 
en aquella intersección.

Hay un pájaro que escribe aforismos en un espejo.
Hay lagos que enferman, peces estresados,
hay amaneceres inciertos.
¿A dónde irá la saliva que no pronuncia los verbos
que nacen para morir? El preludio de la
soledad es una nota desafinada.

Al final, la vida sigue igual.

Un grafitti propone blasfemar a viva voz
que no existen el olvido, la distancia,
y el beso sin resurrección.
Hay una proclama silenciosa, y un viento
que trae un rumor equivocado, y sicarios
del juego maldito de la desnutrición.

Nombres que al pronunciarse abren
heridas, soledades en 
perfecta compañía.
Sílabas, versos, sonidos, miradas,
ritmos, esquemas,
el gozo y la desdicha.

Al final, la vida sigue igual.

El dinero, confundido, se desdibuja,
mientras lo que se devalúa es el
corazón de nuestra especie.
El alma se infla de impotencia
cuando nadie observa
al niño que mendiga.

Hay quien peina la pobreza para
que luzca mejor para la foto.
No siempre alcanza el maquillaje.
Hay vidrios rotos, dedos asustados,
hojas amarillas engullidas por
el pantano del inconsciente.

Al final, la vida sigue igual.

Sueñan los semáforos con un rato de
descanso; bocas con labios 
eméritos subrayan sus insultos.
En estos tiempos, apenas se
distingue el gris del negro.
Y observando con atención.

Un ciento uno por ciento de lo
que existe se está resquebrajando.
Se incrementa el cansancio que 
acumulan las verdades desabridas.
¿Quién ha de negarnos los últimos 
metros cuadrados del paraíso? 

Al final, la vida sigue igual.

Se vive a los gritos.
Se habla a los gritos.
Se sueña a los gritos.
Incluso se piensa a los gritos.
Cuando se debe decir algo
importante, se hace silencio.

Al final, la vida sigue igual.
Si es que en el siglo XXI aun hay vida.

Mariano

Me he sentado a capturar instantes


ME HE SENTADO A CAPTURAR INSTANTES

Me he sentado a capturar instantes...

Y de pronto un viento que trae el aroma 
de un helado de frutilla abofetea 
altanero mi hombro derecho.
Ironiza mi presente, trayendo 
recuerdos equivocados que encontró 
en las axilas de otro individuo.

Me deleito en el desorden de una
peregrinación de hormigas, para
tratar de no escuchar los consejos 
que gorgotea la egolatría.
No me había percatado que las horas 
venían con ampollas en los minutos.

Tengo una tristeza húmeda y poco solemne
en el estómago, y una tirria añeja 
cubierta por una servilleta a cuadros.
Bebo palabras ajenas que no siempre me
representan. No quiero encontrarme afuera,
o sea, indagando dentro de mí mismo.

La reliquia de ir moldeando la memoria
con los momentos que se dejan recordar,
es una fatua y silenciosa revancha 
por sabernos víctimas de la intrascendencia.
Somos corazones desesperados que 
ostentan un par de pupilas melancólicas.

Hoy no quiero pensar en el destino, en 
lo eterno, en lo impasible, en lo absurdo.
Hoy no quiero pensar en lo inmanente, en 
las sobras, en la niebla, en mis fatigas.

La vida intenta ser, cuando la dejan, 
una de esas películas en blanco y negro 
recitando obscenas moralejas.
Cualquiera diría que el mundo se
trata de un hospital a gran escala,
bostezo de un siglo de borrosa piedad.

Pasa el viento, queda el hombre (y viceversa),
y tardíamente nos disponemos a 
redactar una autobiografía que 
jamás protagonizamos. Finalmente
nos contentamos con que el alma escriba un
testamento omitiendo ciertos detalles.

Se oye a lo lejos la emisión clandestina 
de una radio de frecuencia modulada.
Intuyo que llegará esa tarde en que nuestra
piel se olvide de sentir las cosquillas,
que el mínimo roce sea solo el 
pinchazo de una aguja para un maniquí.

En una misma vereda caminan 
juntos, sin levantar la cabeza los 
dichosos y los tristes; dualidades de 
la muerte (léase vida) moderna.
Juraría que somos nosotros los 
que legamos la crueldad al olvido.

Hoy no quiero pensar en la Parusía, 
zapatos nuevos, analepsis, caligramas.
Hoy no quiero pensar en cosmogonías, 
códigos cifrados, cíclopes, calamidades.

Me he sentado a capturar instantes...
Y uno de ellos me enseñó que las huellas del
destino se dejan con cordones desatados...

Mariano

El último juguete


EL ÚLTIMO JUGUETE

Aquella tarde quiso hablar con las metáforas 
que habitan en las gotas de la lluvia,
descifrar el subliminal mensaje que se oculta
tras el crujido de las puertas.

Aquella tarde construyó sobre el papel
una trinchera para enfrentarse al tiempo.
Aquella tarde, en el banco podrido de un
parque tarareó un tango de Gardel.

Aquella tarde blandió su espada al 
mismo tiempo que su inocencia.
Aquella tarde, de cristales rotos y 
granadas, no supo si reír o llorar.

Aquella tarde cobró los derechos
de autor de todas sus ruinas.
Aquella tarde entendió que ya ninguna
plegaria del mundo alumbraba como antes.

Aquella tarde supo que todo camino
es espejismo, tormenta, mal augurio.
Aquella tarde sancionó al desánimo,
bebió el oxígeno de sus ojos cansados.

Aquella tarde creyó poder encontrar las huellas 
digitales de su destino en las plumas de las palomas.
Aquella tarde escaló murallas de ternura  
en el fondo de un acuario de peces rojos.

Aquella tarde leyó poemas para no escuchar
las penas del jardín sucio de su viejo corazón.
Aquella tarde pidió tres deseos, durmió la siesta,
soñó que la luna adelantaba su reloj.

Aquella tarde, de besos de óxido y de brea,
el cielo era un azul herido esperando anochecer.
Aquella tarde, llovieron flores, bostezaron los
gatos, se llenaron de barro las pieles agridulces.

Aquella tarde fue un duelo de leopardos 
y panteras, de aleteos a ras del suelo.
Aquella tarde de mirada somnolienta,
de manos impacientes y en vigilia.

Aquella tarde, despeinada, milimétrica,
errante, de estufas nuevas y ratones asustados.
Aquella tarde, con sabor a gelatina,
espejos fragmentados y camas al revés.

Aquella tarde, de escalones desordenados,
transformó cada sendero en escombro.
Aquella tarde supo que a los finales 
felices siempre los ajusticia un francotirador.

Aquella tarde, de almas perdidas y huesos
amarillos; siluetas aturdidas temblando
de frío, aquella tarde herida de grandeza
ansiaba la vida aprender a naufragar.

Aquella tarde, de vendedores ambulantes
y un paisaje repleto de irrevocables cicatrices.
Aquella tarde soñó con los ojos abiertos
con un bosque de árboles agonizantes.

Aquella tarde no incluyó en el inventario
el momento exacto del inicio de su llanto.
Aquella tarde, de grietas y egoísmos,
comprendió que nunca dos dolores se asemejan.

Aquella tarde, de latidos aprendiendo a recordar, 
tachó de su cuaderno los adjetivos hirientes.
Aquella tarde, a solas con la vida, se sintió
la última baldosa de un salón de baile derruido.

Aquella tarde supo que un sofisma es
solo una mentira que se hace querer.
Aquella tarde vio aletear respuestas
a las que todavía no sabe ponerle nombre.

Aquella tarde, asimiló que hay días que 
equivalen a un millón de trabalenguas.

Aquella tarde, de nombres equivocados,
se rompió el último juguete y ningún niño lloró.

Mariano